Es muy probable que la frase que encabeza este post cause cierta inquietud en algunos entusiastas del minimalismo, es decir, en aquellos que piensan que esta filosofía de vida sólo consiste en desechar; pero no, el minimalismo también consiste en retener. Aunque tampoco se trata de retenerlo todo, sino sólo aquello que realmente aporte valor.
Permíteme compartir una experiencia personal para tratar de ilustrarlo.
La semana pasada quedé para desayunar con un buen amigo, y como el lugar estaba a unos cuantos kilómetros de casa, me fui en bici. Mientras aseguraba la bicicleta, uno de los meseros se acercó para pedirme que se la vendiera. Insistió mucho.
Su oferta era tentadora, pues me ofrecía más de lo que la bici me costó originalmente; sin embargo, vino a mi mente una pregunta que uno de mis mecánicos me hizo cuando le comenté que quería vender mi coche: «¿Con lo que te den por tu coche podrás comprar uno mejor?». La respuesta para mí era obvia: «No». Ni él ni yo dijimos nada más. Yo había comprendido el punto.
En un mundo tan consumista como el nuestro, que insiste en que siempre debemos tener lo último porque [inserte aquí cualquier pretexto: es más bonito, es más rápido, es más ligero… es mejor], vale la pena detenerse y meditar: «¿Lo que ya tengo me sigue brindando la utilidad que requiero?». Si la respuesta es «sí», entonces no hay nada que justifique renovar.